Uruapan, una ciudad que resplandece con el título de “capital mundial del aguacate”, no solo es un referente en la producción de este preciado fruto. En su corazón, guarda un tesoro natural que, a pesar de su cercanía con la urbanización, mantiene su esencia pura y salvaje. Se trata del Parque Nacional Eduardo Ruíz, un espacio que, con su exuberante vegetación y múltiples fuentes, se ha convertido en un refugio para quienes buscan escapar del bullicio de la vida cotidiana y conectarse con la naturaleza.
El Parque Nacional Eduardo Ruíz es, sin duda, una de las joyas más preciadas de Uruapan. Con su rica historia, su impresionante biodiversidad y sus bellas fuentes, este espacio se ha consolidado como un punto de referencia para quienes buscan disfrutar de la naturaleza en su máxima expresión. Es un recordatorio de la importancia de preservar nuestros recursos naturales y de cómo, incluso en el corazón de una ciudad, la naturaleza puede florecer y ofrecer un refugio para el alma. Así, Uruapan no solo destaca como la capital mundial del aguacate, sino también como la guardiana de un paraíso natural que invita a ser explorado y admirado.
Un Parque con Historia
El Parque Nacional Eduardo Ruíz, conocido anteriormente como “La Quinta Josefina”, es el lugar donde nace el río Cupatitzio, cuyo nombre en purépecha significa “río que canta por sus caídas”. Esta singular característica dota al parque de un ambiente único, donde el sonido constante del agua al caer y deslizarse entre las rocas crea una atmósfera de serenidad incomparable. Es un rincón en el que la naturaleza se manifiesta en su estado más puro, invitando a los visitantes a caminar, hacer ejercicio, o simplemente relajarse mientras disfrutan de la belleza que los rodea.
Los orígenes del parque se remontan a mediados del siglo XIX, cuando Toribio Ruiz adquirió esta propiedad, la cual luego heredó a su hijo, el licenciado Eduardo Ruiz. Posteriormente, la finca pasó a manos de Josefina Ruiz, hija de Eduardo, quien continuó cuidando este espacio natural. Sin embargo, fue en 1930 cuando el destino del parque cambió drásticamente. Josefina Ruiz vendió la propiedad al general Lázaro Cárdenas, un hombre visionario que decidió donar el terreno a la nación mexicana.
El 2 de noviembre de 1938, el parque fue declarado oficialmente como Parque Nacional Eduardo Ruiz, en honor al licenciado que lo había preservado durante años. Cárdenas, consciente de la importancia de conservar este pulmón verde en el centro de la ciudad, ordenó la construcción de caminos, fuentes y áreas de esparcimiento, con el objetivo de abrir el parque al público. Aunque en sus inicios el parque era más extenso, el crecimiento de la ciudad redujo su tamaño a las 19 hectáreas que abarca hoy en día.
Una Experiencia Sensorial Única
El recorrido por el Parque Nacional Eduardo Ruíz es una experiencia que despierta todos los sentidos. Desde el momento en que se ingresa, la frescura del ambiente, producto del constante flujo de agua, envuelve a los visitantes. El parque está repleto de fuentes, muchas de ellas con nombres en purépecha, un reflejo del profundo arraigo cultural de la región. Entre las más destacadas se encuentran “Julhiata” (El Sol), “Teshkukua” (Arco iris), “Nana Kutzi” (La Luna) y “Janikua Tzitziki” (Flor de Lluvia). Estos nombres evocan imágenes de la naturaleza y su relación con el cosmos, recordando a los visitantes la conexión intrínseca entre el ser humano y su entorno.
Entre las numerosas fuentes, la que más capta la atención es la “Cola de Pavorreal”. A pesar de su modesto tamaño, esta fuente es un espectáculo visual, con un salto de agua que asemeja la majestuosidad de la cola desplegada de un pavo real. Es un rincón perfecto para detenerse y contemplar la belleza simple y elegante de la naturaleza.
Pero no solo las fuentes son protagonistas en este paraíso. Las múltiples caídas de agua, como “Velo de Novia”, “Columpio del Diablo”, “El Pescadito”, “Baño Azul” y las “Corrientes de Eréndira”, entre otras, se encargan de mantener viva la magia del parque. Cada una de ellas tiene su propio encanto y contribuye a crear una sinfonía de sonidos que acompaña a los visitantes durante su recorrido.
Flora y Fauna: Un Museo Vivo
El Parque Nacional Eduardo Ruíz no es solo un lugar para disfrutar del paisaje, también es un espacio donde la biodiversidad se despliega en todo su esplendor. Las 19 hectáreas que componen el parque albergan una vasta colección de especies vegetales y animales típicas de la meseta michoacana. Aquí es posible encontrar desde imponentes árboles centenarios hasta delicadas flores silvestres que colorean el paisaje.
El parque es también hogar de una variada fauna, que incluye aves, pequeños mamíferos y reptiles, todos ellos cohabitando en armonía con el entorno. Para los amantes de la naturaleza, recorrer este parque es como adentrarse en un museo vivo, donde cada rincón ofrece algo nuevo por descubrir.
Un Refugio en el Corazón de Uruapan
Lo que hace al Parque Nacional Eduardo Ruíz verdaderamente especial es su ubicación privilegiada. Enclavado en el centro de Uruapan, este espacio verde ofrece un respiro del ajetreo de la ciudad sin necesidad de alejarse demasiado. Es un refugio tanto para los habitantes locales como para los turistas que buscan un lugar donde desconectar y recargar energías.
Las instalaciones del parque, que incluyen áreas de descanso, caminos bien cuidados y comedores, están diseñadas para garantizar una visita cómoda y placentera. Ya sea que se visite solo, en pareja, con amigos o en familia, el parque ofrece un espacio ideal para cualquier tipo de actividad al aire libre.