Para los nahuas, el fuego se perfilaba como un elemento esencial para obtener luz, calor y un medio para cocinar. Además, se proyectaba como fuego telúrico, celestial o bien, doméstico. Como sucedía con el agua, el fuego para los antiguos nahuas era un elemento sumamente purificador. En el área del altiplano, una de las deidades más antiguas y veneradas, el gran Huehuetéotl, era representada como un viejo llevando un brasero. Para los aztecas, el fuego era una elaboración de los dioses Huitzilopochtli y Quetzalcóatl, quienes se encargaron de su gestación, poco después de haber creado el mundo.
No obstante, de acuerdo a los mitos y leyendas de los antiguos mexicanos, el fuego que utilizan los seres humanos es una creación de la pareja primordial, Tata y Nene, quienes se salvaron de un gran diluvio tomando como refugio un colosal tronco hueco. A través del fuego fueron Tata y Nene purificados y transformados, paulatinamente, en el Sol y la Luna, es decir, los dioses Nanáhuatl y Teccistécatl.
El enorme interés que despierta el tema amerita que sea explorado más a fondo. Justo para ello ocuparemos los siguientes párrafos.
El simbolismo del fuego para los precolombinos mesoamericanos
Por otro lado, los mexicas acostumbraban apagar, cada 52 años, todos los fuegos de su reino y entonces procedían a encender uno nuevo. Para esto último se valían del corazón de un prisionero, en un enorme ritual que se desarrollaba en el cerro del Huixachtécatl, el actual Cerro de la Estrella, en Iztapalapa. Las herramientas que usaban para encender este fuego, eran dos barrenos que se frotaban uno contra otro para sacar chispas. Estos instrumentos se denominaban mamalhuaztli.
Algunos de los númenes del fuego más importantes en tiempos prehispánicos eran, Xiauhtecuhtli, el mencionado Huehuetéotl, también conocido como Ixcozauhqui y la diosa Chantico, patrona del fuego doméstico. En una cruel ceremonia, realizada en los meses de xócotl huetzi y teotleco, a ciertos prisioneros se les arrojaba al fuego y posteriormente se les extraía el corazón.
Por lo que se refiere a los mayas antiguos, al parecer el culto al fuego no era algo muy relevante. Itzam Cab, presencia divina, en muchas representaciones lleva, a manera de tocado, un glifo del fuego, y al ser una de las manifestaciones de Itzam Na, puede ser considerado como el dios del fuego de los mayas. Para los lacandones, Kaak es la deidad del fuego y además, tiene el poder de enviar las enfermedades. Finalmente, en el Popol Vuh se cuenta como únicamente los quichés, poseían el secreto de hacer fuego y que luego los cakchiqueles se los hurtaron.
El culto al fuego entre los antiguos nahuas y aztecas revela su profunda conexión con la cosmogonía y la espiritualidad de estas culturas mesoamericanas. Para ellos, el fuego no solo era una fuente de luz y calor, sino que también tenía un significado simbólico y ritualístico que trascendía lo puramente físico.
Mitología y misticismo con relación al fuego, según las culturas prehispánicas en México
En la mitología nahua, el fuego era considerado un elemento purificador que ayudaba en la transformación y elevación espiritual. La deidad Huehuetéotl, representada como un anciano llevando un brasero, era venerada como una de las figuras primordiales asociadas con el fuego. Los dioses Huitzilopochtli y Quetzalcóatl eran también vistos como los gestores del fuego, responsables de su creación después de haber dado forma al mundo.
Sin embargo, la historia del fuego entre los antiguos mexicanos se entrelaza con mitos y leyendas que lo vinculan con la creación misma del cosmos. Tata y Nene, la pareja primordial, emergen como los portadores originales del fuego, que los transforma gradualmente en el Sol y la Luna, personificados como los dioses Nanáhuatl y Teccistécatl. Esta narrativa subraya la importancia espiritual del fuego como un agente de purificación y renovación cósmica.
El ritual de reiniciar el fuego cada 52 años entre los mexicas era un evento de gran significado ceremonial. La elección de un prisionero como ofrenda para encender el nuevo fuego en el cerro del Huixachtécatl evidencia la conexión entre el sacrificio humano y la renovación cíclica en la cosmovisión azteca. El uso de herramientas como los barrenos mamalhuaztli para generar chispas refleja la importancia ritual y la meticulosidad asociada con el acto de encender el fuego sagrado.
Entre los númenes del fuego más venerados se encontraban Xiauhtecuhtli, Huehuetéotl y Chantico, cada uno representando aspectos diferentes de este elemento vital. Los sacrificios humanos realizados en honor al fuego durante ceremonias específicas reflejan la creencia en la necesidad de alimentar y honrar a estas deidades para asegurar el equilibrio y la continuidad del universo.
La proyección simbólica del fuego en las culturas mesoamericanas
En contraste, entre los antiguos mayas, el culto al fuego parece haber sido menos prominente, aunque no menos significativo. Itzam Cab, como una manifestación divina, llevaba el glifo del fuego, lo que sugiere su asociación con este elemento. Para los lacandones, Kaak era la deidad del fuego y también se creía que tenía el poder de enviar enfermedades, revelando una dualidad de aspectos en su carácter divino.
Finalmente, el relato del Popol Vuh destaca la importancia del fuego como un conocimiento sagrado y exclusivo entre los quichés, que luego fue adquirido por los cakchiqueles. Este mito subraya la valoración del fuego como un recurso preciado y un legado cultural que se transmitía de generación en generación entre las distintas etnias mesoamericanas.
En última instancia, el culto al fuego entre los antiguos pueblos mesoamericanos revela una profunda conexión con la cosmogonía, la espiritualidad y las prácticas rituales de estas culturas. Desde su papel como agente purificador y transformador hasta su asociación con deidades específicas y rituales ceremoniales, el fuego ocupaba un lugar central en la vida y la religión de estas civilizaciones antiguas.